¿Qué significa la palabra en tu vida?
Diría que mi juventud estuvo atravesada por una búsqueda de sentido o una búsqueda de palabras que den sentido a la existencia. Teniendo 16 años, se instala como una curiosidad con mucha fuerza. Particularmente provengo de una familia donde la problemática social y política siempre estuvo muy presente. El tema de la ayuda al otro, tanto como la construcción de un mundo mejor, eran temas cotidianos en la mesa. Los integrantes de mi familia somos muy distintos entre sí por lo que hubo siempre una diversidad de pensamiento, de puntos de vistas.
Es ahí donde surgen en paralelo otro tipo de motivaciones, yo era un pendejo y comienzo a trabajar en la parroquia preparándome para el sacramento de la confirmación. Podría decir que ahí es donde tengo un primer contacto, digamos, con una experiencia religiosa más auténtica, dado que la experiencia de mi infancia con la catequesis fue algo escolarizado y a diferencia de otros procesos de fe, no resultó ser un momento significativo. Durante la adolescencia fue descubrir en la religión, en la propuesta del Evangelio una coincidencia con mis búsquedas. Fue romper un prejuicio que yo tenía de que lo religioso no tenía nada que ver con lo humano, como si por un lado estuviese mi vida y por otro lado la fe. Puedo decir que se anuda una proyección personal, con intereses sociales donde además encontraba una respuesta en las páginas de la Biblia, en la propuesta que Jesús me hacía por medio de su evangelio.
¿Qué dimensión tuvo la palabra de esas escrituras?
Cuando hablo del Evangelio hablo de los cuatro libros que hay dentro del Nuevo Testamento, en donde se narran un poco la historia y la enseñanza de Jesús. Entonces cuando digo Dios, Evangelio, me estoy refiriendo a eso, al mensaje, a la palabra que está en estos cuatro libros. Eso fue un proceso de discernimiento de distintas palabras hasta decir es esto lo que quiero para mi vida. Esto es lo que más me ha entusiasmado de la propuesta del Reino de Dios, que pasa por una búsqueda de justicia, de igualdad y promoción humana, cuando eran valores que tal vez yo no descubría que estaban presentes en otros lugares, o bien eran palabras muy manipuladas que en la propuesta de Jesús me sonaron de otra forma.
¿Aquello de un sentido diferente estuvo atravesado por una experiencia o fue un proceso en términos de pensamiento?
Recuerdo que por entonces salíamos a misionar y nos instalábamos alguna semana en algún lugar a compartir con los vecinos. En ese entonces hice una experiencia en el barrio Flores, que es una zona urbano marginal en San Roque, una zona muy pobre y en una charla que tuve con una señora compartiendo el mate, fue donde sentí que el mensaje de fe, de esperanza la alimentaba de otra manera, que era también un alimento que esa persona necesitaba. Tenía 17 años ahí y esa fue una experiencia clave. Es decir, hay otro alimento que la gente necesita, que toca lo profundo, la esperanza. Pude palpar lo que significa tener hambre de Dios.
¿Tuvo un carácter revelador?
Fue entender que uno puede ser como instrumento para saciar ese hambre o bien para comunicar esa palabra. Esa fue una experiencia clave. También comienzan ahí mis inquietudes vocacionales de decir bueno, si este tipo de experiencias son las que transforman mi vida ¿por qué no dedicar más tiempo a esto? Ahí la propuesta del sacerdocio comienza a perfilarse y se inicia un proceso de discernimiento vocacional con una serie de instancias que ayudan a clarificar.
¿Un llamado que se puede desoír?
Seguro. Uno siempre puede decir que no a lo que Dios propone. Pero su invitación la descubro como un camino de mayor plenitud y realización.
Es interesante porque lo que vos ubicas en el orden de la experiencia también está atravesado por la palabra, la palabra del otro, una palabra que expresa cierto malestar o desesperanza y vos terminas por decir qué tan importante es esa palabra del otro. Te conmueve darle una palabra de esperanza…
Justamente, la Palabra de Dios, no es simplemente un aliento motivacional, sino una Persona, Jesucristo. Es de otro orden. Para un creyente hay una palabra de Dios que está escrita pero hay algo que Dios nos dice que va más allá del libro. Entonces, yo puedo estar rezando con un texto bíblico y decir acá hay algo que Dios me está diciendo, puedo estar confesando a una persona y también descubro que hay algo que Dios que me está hablando, son canales auténticos en donde Dios habla, porque la palabra de Dios no es el libro en sí, sino que es una Persona. San Juan comienza diciendo que la Palabra se hizo carne. La palabra es Jesucristo. Entonces el vínculo con la palabra es el vínculo con una persona. La Biblia, no es un libro de historia, o de algo que pasó, tampoco una cuestión meramente moral que me tiene que indicar qué hacer, cómo portarme, para mí es el contacto con una palabra que está viva, que me interpela, que es una respuesta para lo que hoy estoy viviendo, es una forma de pararme ante la realidad.
Recientemente decías que desde temprana edad surgió una cierta inquietud en la búsqueda de sentido ¿Hubo lugar para el encuentro con otros discursos que le vinieran a dar un sentido a esa búsqueda?
Sí, lo hubo, también en mi adolescencia. Como te contaba, no provengo de una familia católica practicante. Si me bautizaron de chico, hice la primera comunión en el colegio, pero no estaba instalada la costumbre de ir a misa los domingos, de bendecir la mesa antes de comer o de hablar de este tipo de cosas. Pero si hubo tal vez intereses o búsqueda de sentido que fueron por lo religioso, pero no por lo católico. Uno de mis mejores amigos es actualmente un pastor anglicano, recuerdo varios diálogos bastantes interesantes con él.
Por otro lado, los curas tenemos una formación de ocho años, los primeros cuatro años son de filosofía. Este mundo abrió un montón de puertas. No recibí una filosofía matizada o medieval. Gracias a Dios tuve profesores que iban sin anestesia y que cuestionaban y confrontaban, entonces varias preguntas se suscitaron ahí y que aún siguen estando, que siguen abiertas, que me desafían. Yo creo que lo que Dios me puede brindar no se agota únicamente en una experiencia religiosa formal, por decirlo de una forma.
Creo que el contacto con el mundo del arte, con la literatura, con la filosofía también favorecen una imagen que usan los padres de la Iglesia que es la de las “semillas del verbo”. Es decir, que Dios es como un gran sembrador que tira semillas por todo el mundo. Algunas están en la iglesia, pero hay semillas de verdad fuera de la iglesia. Es una forma de pararse ante el mundo, ante la cultura, ante otros saberes, no desde una actitud defensiva o una actitud de pulseada a ver quién tiene la razón, sino también una actitud de búsqueda. Esta síntesis que te comparto, no ha sido una síntesis que siempre tuve elaborada porque hubo etapas de resistencia o de inseguridad, que eso hace que uno tenga una posición defensiva.
¿Eso que se construye con el otro, tiene que ver con encontrar palabras válidas aun cuando éstas sean ajenas al discurso religioso?
Claro, buscar verdades o sentidos fuera de un discurso creyente.
¿Esa posibilidad de sostener ciertas preguntas hacen que la palabra de Dios sea tomada como otra cosa y no como un dogma o un fanatismo?
Así es. El fanatismo es un reduccionismo. Encerrar la palabra en una idea y no en una persona, como te decía. Creo que sí entendemos la palabra como una persona, eso abre un proceso, una historia. La palabra, propiamente, en hebreo se dice dabar. En el primer libro de la Biblia, el libro del Génesis cuando Dios creó el mundo, crea a través de su palabra, por eso es creadora. Dios crea el mundo en la poesía. En el libro del Génesis, la palabra tiene esa función, es una palabra que crea, que origina, que da vida. Creo que toda forma de dogmatismo es una forma de quitarle ese espíritu. En el Nuevo Testamento que está escrito en griego, se utiliza el logos. Este término tiene varias traducciones, varios significados, pero uno de ellos es justamente sentido.
Todo fanatismo, es una forma de reducir este valor creativo, de sentido que tiene la palabra.
¿Qué relación hay entre la fe y la palabra?
El contacto con la palabra, no viene a no dar seguridades doctrinales. El contacto con la palabra, por lo menos así lo entiendo yo, viene a cuestionar, a examinar, a descubrirte. Es una palabra que origina preguntas, una palabra que movilizar. El dogmatismo y el fanatismo son formas de anestesiar, de domesticar una palabra que en sí es inquieta.
¿Cómo pensas esta época donde hay tanta pregnancia de la imagen, de una captación muy fuerte, digamos de los sujetos a partir de la imagen, donde pareciera ser que eso va en detrimento de la palabra?¿Afecta esto necesariamente a la religión?
Sí, la palabra va perdiendo su peso. La fe o la experiencia creyente se despierta en un corazón cuando es respuesta a una pregunta. Si no hay pregunta, la fe es un discurso que se impone o es un discurso que entra a la fuerza y eso nada tiene que ver con el modo de Jesús. Termina a la larga por ser una mala experiencia creyente. Esta cultura de la imagen que lleva como tal a una exaltación de la estética, en el fondo lleva a que la gente no se haga preguntas. Entonces, si no hay preguntas, me parece que nosotros perdemos. No sólo la fe, sino el saber, la filosofía. En mi experiencia cada vez me encuentro con gente con menos preguntas. Rápidamente nos acomodamos a este ritmo de vida, a ir improvisando, a ir como surfeando, muy por encima, como con una tabla de surf que pasa por las olas así como sosteniéndose.
No hay una pregunta, qué origine, que se anime a interpelar, a cambiar, a preguntarse, qué incomode.
Hay una parábola que utiliza Jesús en el Nuevo Testamento, que es la parábola del sembrador. Es un sembrador que sale a sembrar, esparce semillas y hay semillas que caen al borde del camino, que no pueden fructificar. Hay semillas que caen entre las piedras, entonces al no tener raíces, la semilla se termina ahogando. Hay semillas que caen entre espinas, terminan ahogando a esa semilla y hay semillas que caen en tierra fértil. Entonces los discípulos le preguntan por el significado de esta parábola y Jesús dice “así ha de ser como la palabra de Dios también cae en el corazón de los hombres”. A veces las preocupaciones, las ansiedades, son como estas piedras que no permiten que la semilla eche raíces. A veces la indiferencia es como esta semilla que cae al borde del camino en que por más que Dios está haciendo malabares al frente tuyo, no hay, no hay un interés, entonces está al borde directamente del camino. O a veces también los dolores, las heridas, la propia historia personal son como esa espina que no da lugar a que alguna palabra distinta entre tu vida. Me parece que esa imagen puede ayudar más a entender, hay distintos terrenos en donde cae la palabra.
Por lo tanto, cuesta un montón presentar un discurso creyente si no hay pregunta, duda, interés. Y hoy la gente no responde. Les cuesta responder con profundidad a un ¿cómo estás?
Muy interesante porque ahí se puede trazar cierto paralelismo, digamos, en la expresión “no hay paciente porque no hay síntoma”. A veces se hace una apuesta. A veces sucede y a veces no sucede. Vos también escuchás a muchas personas ¿de qué sufre el que sufre? ¿Cuáles son esos padecimientos?
Yo creo que hay gente que está en esta incapacidad de profundizar, que hay gente que la padece. Hay gente que sufre y no sabe cómo quebrar esa coraza de ser, de esa rutina no reflexionada, no madurada. Creo que también hay sufrimiento que nace del miedo a la soledad.
Vivimos tiempos donde más conectados estamos, más solos nos quedamos. Parece una paradoja. Hay gente detrás del celular, el grupo de WhatsApp, las redes sociales pero eso no es sinónimo de un vínculo profundo. Lo noto cuando se acerca alguien, que por primera vez se sienta en esa silla y te está contando cosas que nunca nadie le contó. Hay una soledad que muerde, porque hay una soledad que a veces la gente disfruta y necesita, pero ésta es otra soledad que lastima.
También a veces creo que la gente sufre de algunos sin sentido. Hay gente que tiene que adaptarse a una rutina, una forma de vida que termina haciendo gris todo. Entonces ahí surge también alguna búsqueda religiosa vinculada al sentido. Con la pandemia, el tema de la muerte está muy presente, siempre ha estado pero no como ahora, que ha sido como muy intenso.
¿Cómo es para vos, Claudio, tu posición frente al otro respecto de la confesión, que es justamente el acto de la palabra, donde se puede ubicar una confesión en relación al pecado y por otro lado, la expresión de sufrimiento? que son diferentes de diferentes cosas. Por un lado pienso una tesis donde el ser humano no soporta la culpa y busca la expiación, como la trama de Crimen y castigo, donde el alivio lo puede encontrar en la ley pero también en el perdón que es la figura religiosa y por otro lado, ese otro convocado solamente a escuchar.
Una cuestión es un ámbito sacramental que significa la confesión, donde supone una ritualidad y una gracia. En la confesión, lo más importante no es lo que yo digo, sino lo que Dio hace. El protagonista en el sacramento es Dios, lo que él regala.
Esto supone todo un espacio, yo lo distingo de un diálogo que pueda tener con la persona. La gente tiene más necesidad de ser escuchada que de ser confesada, no todo el que se sienta en esa silla viene a confesarse.
¿Cómo te orientas para intervenir, para dar una respuesta, más allá de alojar lo que el otro tiene para decir?
Hay veces donde únicamente yo soy alguien que aloja, no siempre hay una directiva o un consejo, me doy lugar también a veces a no decir porque no hay que decir o simplemente porque no lo sé. Y hay preguntas que no tienen respuesta. No es que la Biblia tenga respuestas a todo, forzar algún texto bíblico sería irresponsable. La Biblia como texto bíblico deja preguntas que Dios nos responde, que se responden en la vida, que se responden con ojos llenos de lágrimas, con el corazón roto. A veces descubro que mi tarea pasa por clarificar lo que la persona trae como un gran maremoto emocional. A veces hay una palabra, porque la persona lo busca o lo pide, alguna normativa de una cosa más clara.
Yo más allá de estos ejercicios de escucha, siempre habilito un espacio más creyente ¿dónde está Dios en todo esto? Pero mi aporte va más a la pregunta. Me posiciono en una forma distinta a la normativa, que es más bien indicativa.
Hay una posición de abstinencia, de neutralidad, de no poner palabras propias a ese desorden del otro, sino más bien pudiendo ordenar algo para luego hacer un esfuerzo de ubicar dónde está Dios ahí.
Uno se posiciona también ante el otro como con una historia sagrada. Para mí como cura eso es muy fuerte y necesito recordarlo siempre para poder ubicarme. Lo que el otro me trae no es un conjunto de anécdotas o un laberinto existencial, sino que hay algo sagrado en la persona en sí misma. Hay un pasaje del Antiguo Testamento donde Moisés sube al monte Sinaí para escuchar la voz de Dios. Cuando llega, Dios le pide que se quite las sandalias, porque el terreno que va a pisar es un terreno sagrado. Ese es un poco el ejercicio que uno hace. Eso es muy importante para mí cuando escucho tal vez alguna persona con capacidad de verbalizar, de examinar, de interiorizar. Y también cuando recibo a una persona que viene a buscar un bolsón de mercadería, que no sabe leer ni escribir. Eso también es sagrado. Hay algo de Dios que me espera.
Hay cierta idea generalizada en cuestiones de religión respecto de que las cosas que le suceden a alguien tienen que ver con los designios de Dios ¿cómo pensar eso desde la perspectiva de la responsabilidad de la elección de un sujeto?
De fondo me parece que ahí, en ese punto, está uno de los desafíos que también uno tiene acá, que es la de ir dibujando la imagen de Dios que tiene el otro. A veces está la idea de un Dios que nos tiene como títeres, como manejando los hilos desde arriba y ordenando cada segundo de mi vida. Y si me pasa esto es porque Dios quiso que pase esto y si encarno este dolor es porque Dios me lo mandó, porque es una cruz. Pero estas son oportunidades para confrontar a la persona ¿qué imagen de Dios hay detrás?
Cuando comenzamos con la pandemia, se hicieron lecturas erráticas desde el lugar del castigo, como algo que la humanidad merecía esto por haber ofendido a Dios.
Esto me interpela ¿qué Dios estoy predicando?
Este planteo lleva a algunos a desligarse de toda la responsabilidad pero es también una oportunidad para moralizar toda emoción, todo sentimiento. Entonces si esto me lo manda Dios, no puedo estar enojado o no puedo estar en desacuerdo. Son como varios mecanismos que se activan cuando Dios termina siendo quien escribe cada página de mi vida. Allí hay que iluminar: la fe cristiana, es una fe en un Dios que es Padre, que es providente, pero es un Dios que fundamentalmente respeta nuestra libertad y actúa desde esa libertad. No es un a priori donde únicamente tienes que hacer lo que ya está previsto, es un Dios que va a buscar darle una respuesta a lo que vos decidiste libremente hacer. Entonces eso sí te hace responsable de lo que haces y de lo que dejas. Uno busca desarticular un poco eso en su posición y si la persona también tiene la intención de madurar en su fe. Hay una posibilidad de convivir con una fe muy madura o una muy infantil por la imagen de Dios que se crea.
Respecto de lo que decís, empiezo a desarmar un preconcepto, que remite a cierta generalización que puede llegar a producir una religión. Y por lo que vos me estás diciendo, cuando uno habla de Dios, siempre es distinto. Como hay un Dios distinto según la persona que habla.
Por ahí va. Por eso el desafío de llegar a la imagen de Dios, a la experiencia religiosa. Estoy convencido de que hay estructuras psicológicas a las que un Dios exigente y conservador le funciona mucho mejor, entonces armonizan así y tienen como una rigidez moral. También está la imagen de un Dios muy vinculado con todas estas espiritualidades más contemporáneas, en donde un Dios cristiano se confunde con la energía, con la Pachamama, con espíritu. Como un Dios en términos de idea pero que no compromete mi vida y que no le dice nada.
Creo que hay tres reduccionismos de la propuesta cristiana: uno pasa por el tema moral donde solo se trata de cumplir el mandamiento, de obedecer. Otro por un lugar más racional si se quiere donde la fe como, es un discurso más del mundo de las ideas, como algo que me puede dar una explicación que me cuadre con alguna que otra interrogante que tenga. Y luego la fe como una cuestión emocional, meramente sentimental muy propia en el ámbito juvenil.
En función de eso ¿qué se busca entonces?
Uno busca promover una experiencia auténtica desde la persona donde la fe termina siendo algo que te humaniza. Para mí, estar más cerca de Jesús, me hace más humano, más preocupado por lo humano, más enamorado de lo humano. Entonces, la fe no es una moral que deshumaniza, una moral que no respeta los procesos o algunos mecanismos necesarios.
Como cura sería mucho más fácil y así han funcionado las cosas por mucho tiempo, ante el caso A dar respuesta A y ante un caso B dar una respuesta B, o sea, en ese automatismo de anda a rezar un Padrenuestro, otros tantos Ave María y que Dios te ayude.
Así que cuando uno en primer lugar pone a la persona como un otro y como un otro sagrado, eso te ubica en otro lugar. Y lo que a uno lo entusiasma es su servicio. Poder acompañar experiencias en donde la fe es buena noticia. La palabra evangelio significa buena noticia en griego.
Entonces, si esa buena noticia que la persona recibió, la ayudó en su proceso personal, se animó a hacerse preguntas, se animó a ponerse en crisis, significa que hay una fe dinámica.
¿Has atravesado alguna experiencia donde lo que has escuchado ha llevado a sugerirle a alguien un espacio terapéutico?
Sí. Hay personas que vienen a buscar un psicólogo gratuito. Uno puede escuchar y orientar, pero nosotros no somos psicólogos. Es importante reconocer el límite de hasta dónde es competencia de uno.
Son ámbitos distintos, son luces distintas, son herramientas distintas.Y no excluyentes. En el fondo, somos uno, somos el mismo.
Pensaba en la tesis de un libro de Nietzsche, el Anticristo, donde ubica una idea sobre la iglesia donde ésta construye cierto poder en la regulación de la culpa y por ende a la posibilidad de esa expiación. ¿Hay que pensar que el sujeto de esta época es un sujeto con menos culpa por lo se desarticula dicha idea?
Concuerdo con esa mirada, pero yo lo veo como una oportunidad. Está bueno que la gente sea menos culpógena. No es que perdamos clientela, porque creo que es un avance de una madurez social que estamos teniendo como sociedad. Ojalá que todo eso se exprese en una mayor libertad que suponga una mayor responsabilidad.
Esto también ayuda a que las confesiones como tales sean como ámbitos más sanos. Una persona que viene a confesarse martirizado por la culpa no es sano. Eso no es una buena confesión. Puede ser que haya una experiencia singular que la persona tenga atravesada, pero la moral cristiana es una moral de respuesta. Es decir, hay una experiencia previa que pasa por lo afectivo, es decir, sentirme amado, sentirme protegido, sentirme sostenido por Dios, que origina una respuesta porque me animo a poner en movimiento el mundo de las virtudes. Pero a veces también hay una respuesta que me deshumaniza.
Como te decía, lo más lindo de la fe es ver cómo la fe humaniza a las personas. Hay también cosas que hacemos que nos deshumaniza y esa es la forma del pecado. Ahí es donde yo entro, recién ahí tomo la palabra pecado. El pecado es una falta a Dios en el sentido que a vos te deshumaniza. Vos perdes belleza con lo que estás haciendo. Entonces, cuando el amor, cuando la confesión, se entienden en esta circularidad de decir, hay un Dios que ha salido al encuentro, ha tocado mi corazón y desde allí yo respondo. Esa integralidad es lo que hay que fortalecer y trabajar.
La confesión es esa respuesta, cuando hay culpa no hay un Dios que me tocó el corazón. El punto de partida soy yo y mi escrúpulo y mis cuestiones. Y no es Dios. No hay una mirada creyente. Entonces la confesión se transforma en otra cosa.
Se sostiene que vivimos en una época atravesada por lo segregativo, con un fuerte rechazo hacia lo diferente ¿para la Iglesia, qué sería lo diferente, si es que hubiera lugar para esto en un discurso que incluye el todos?
Lo que uno lee en el evangelio es justamente que la imagen del reino que plantea Jesús es una mesa en donde hay lugar para todos. La palabra católica significa universal y ese es el sueño de la Iglesia de Jesús. En la Iglesia donde pueden entrar todos.
Cuando uno lee un evangelio, descubre que eso es lo que Jesús intentó mostrar por todos lados, haciendo sentar a esa mesa a los intelectuales de su tiempo, a los religiosos de su tiempo, también a los labradores, a las prostitutas, a los enfermos, a los marginados. Ese es el sueño de la Iglesia de Jesús.
Unidad no es una uniformidad. No tenemos que pensar todos igual, podemos tener distintos acentos, podemos tener distintas miradas, pero en el fondo termina habiendo algo que nos une.
Creo que lo “otro” no es un enemigo, en el otro hay algo, en lo otro hay algo en lo que Dios me puede hablar y hay algo en lo que yo puedo aprender. Esta imagen es como una orquesta, cada uno tocando su instrumento, cumpliendo su partitura y del todo se hace armonía, música.
Para concluir, ¿frase o cita preferida?
“Denles ustedes de comer” del Evangelio de San Lucas.
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Claudio Casorati.
Cura hace 3 años. Pecador en conversión. |