Los dos años pasados trabajamos en el Seminario Clínico Anual el Seminario 17, donde Lacan formula los cuatro discursos. Es decir, trabajamos sobre los lazos que se ordenan a partir de algunos significantes y algunos lugares. El discurso es justamente aquello que hace lazo. Por supuesto, estos lazos entrañan siempre una falla, una imposibilidad, a partir de la cual cada discurso se constituye. Freud había establecido ya esas imposibilidades cuando hablaba de las profesiones imposibles: gobernar, educar, analizar, y Lacan agrega al formalizar el discurso de la histeria, hacer desear.
Además, al escribirlos, Lacan introduce la novedad de que cada discurso produce algo, en la forma de una pérdida, algo que no queda captado en el orden del significante y que insta a seguir circulando.
Estamos entonces en el reino de lo que habla, y así se satisface. Y dado que el discurso del Amo es también el del inconsciente, que encadena significantes para producir al mismo tiempo una satisfacción y una pérdida, este es un inconsciente parlanchín, que a veces habla hasta por los codos… o por qué no, por los pies, como lo suponía Freud al leer y descifrar los síntomas de sus histéricas.
Digamos que es un inconsciente que habla, dialéctico, con el que se puede más o menos conversar bajo esa forma particular que es la interpretación. Es muestra de ello que el primer lugar que Lacan formula para el analista es el del Otro.
Tenemos en claro, entonces, que -malentendido de por medio- con el Otro se puede conversar.
Pero avanzando en su enseñanza, Lacan encuentra que no todo en el inconsciente conversa, porque en ese Otro, que es el del significante, hay, digámoslo así, una ausencia. Y esa ausencia es precisamente un significante que corresponda a La mujer. Entonces en cuanto a la relación sexual, no hay en el Otro del significante partenaire con quién hacer el par.
En el Otro no está la pareja…
¿Qué hacen las parejas? Las parejas hablan. Hablan para no quedar irremediablemente cada uno por su lado. Los resultados de estas conversaciones son muy diversos… hay palabras de amor, de odio, de risa, de enojo… hay una dialéctica en la que se sostiene un lazo, y a veces se rompe.
Pero si ninguna pareja es perfecta, es justamente porque hay algo en su estructura misma que no anda. Este es un problema muy puesto sobre el tapete en la sociedad de nuestros días, en la que los pactos simbólicos de antaño han perdido su efectividad.
A eso que no anda, Lacan lo llama Real. Tomo aquí el ejemplo de la pareja, pero dado que el inconsciente es un aparato de emparejar significantes… también está lo que no anda en cada quién. A eso Lacan lo llama síntoma. Una consecuencia: no se trata de que la solución sea la soledad, el aislamiento, o como tanto se escucha en estos días “tengo que aprender a estar solo”.
El problema es más bien que en cada cual hay algo que nunca deja de estar solo. Y Lacan aborda esta vertiente por el sesgo del Uno. Eso en cada quien que no hace lazo con nada.
Tenemos hasta aquí dos problemas: por el lado del Significante y sus lazos, el problema es el poder. Porque como muy bien lo dice Humpty Dumpty en la Alicia de Lewis Carroll, siempre que hay significación, producción de sentido, “se trata de saber quién es el amo aquí”.
Por el otro lado, existe algo, Uno, que no hace lazo con nada.
Desde la primera perspectiva podemos pensar, sin quitarles valor claro, las luchas que atraviesan nuestro tiempo, ya sean políticas, de clase, etc. Y desde esta perspectiva no tenemos demasiadas esperanzas de salir de las enemistades. Pongamos un ejemplo concreto: cuando se publica una noticia en un medio y en otro, el tinte que toma depende en gran medida de cuestiones de poder. Interesa más el impacto que produce en quién la lee que sostener un semblante de objetividad, que en otro momento fue baluarte de quienes escriben las noticias.
Por el segundo sesgo, el del Uno, podemos pensar los fenómenos de segregación y los fundamentalismos, que toman la vertiente de erradicar al otro de la faz del planeta. Ya no se trata de pelear por el poder, sino de atacar la existencia misma de ese otro.
Pero no nos volvamos pesimistas. Lacan escribe en el título de su seminario 19 algo que puede proveer una novedad: tres puntitos suspensivos. Un lugar vacío, pero existente, que le permite escribir nada más y nada menos que lo femenino. Un goce, una satisfacción suplementaria que se escapa del imperio del Uno, pero no queda tomado en la lucha de poder con el otro.
Entonces propongo leer este número de Conversaciones con el espíritu de hacerle lugar a ese vacío.
Si conversamos con otros discursos, no es para saber quién tiene razón. Más bien conversamos para no quedarnos solos, delirando con nuestro Uno. Digamos que conversamos para mantener la inconsistencia de nuestro discurso. Para que el psicoanálisis no se realice.
Para terminar, les propongo esta alternativa: conversar con el Otro para no saber todo, para ser no-todos… o peor.
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Andrés Romero
Responsable local del IOM2 Mendoza. Practicante del Psicoanálisis hace ya varios años. Analizante hace muchos más. Entusiasta de la formación. Fan de la docencia. Incursor en la cocina. Visitante esporádico del mundo informático. |