acorralado

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Corren tiempos pandémicos donde ocurren cosas que ni en los mejores libros de ciencia ficción pudimos encontrar, o un poco sí, quizás no esperábamos toparnos con estas en nuestra cotidianeidad. Un virus letal, para algunos, nos asalta. Es invisible, más no inexistente; poco conocido, difícil de tratar. No hay algo que represente más la ajenidad, la otredad, lo real sin ley que esto. Frente al susodicho esperamos alguna garantía, algún abrigo que nos ampare frente a la angustia lógica que nos invade, y hubo quienes decidieron hacerlo, asumieron el semblante de Otro con mayúscula en esta partida y dijeron: “quédate en tu casa”, la indicación parecía clara y unívoca, pero nada lo es en lo ateniente a lo humano y al lenguaje. Y es ahí cuando surge lo curioso, las respuestas particulares y diversas del pueblo:

Los obedientes, que confían en la restricción e intentan aleccionar al respecto. Con ellos surgen nuevas premisas, “todos policías”. Los paranoicos, que no creen en ningún gobierno, ni la ciencia, ni los astros. Quienes evaden y trasgreden mucho, poquito, nada. Lo hacen por un abrazo o el jornal o la certeza del hiperderecho y la democracia de su lado. Los hipocondríacos, que enferman cada noche y mejoran al despertar; a esos se los asocia mucho con los que exacerban los hábitos anales de higiene y vestimenta. Los que se ofuscan con facilidad, y entre estos, está la variante de los que agreden mucho, poquito, nada. Los que compran, comen, beben, hacen gimnasia, mucho, poquito o nada. Los que resuelven algo nuevo día a día de cuarentena. Los que se llenan de actividades, los que se hunden en el sillón de la dejadez. Los que empiezan terapia, los que las dejan. 

Parecen todas reacciones nuevas…aunque si nos acercamos más no lo son. El otro día, en una charla telefónica, una amiga me lo aclaró: “Estamos mis plantas, mi ansiedad y yo, todas conviviendo, y estas inquilinas ni siquiera colaboran con la limpieza o el alquiler”. Estamos todos encerrados, acorralados, pero no son paredes, sino cada uno con “lo más íntimo de su ser”. 

¿Qué es lo más íntimo del ser? En el mundillo analítico llamamos fantasma, a eso con lo que nos confrontamos, nos tropezamos cara a cara ante cada nueva noticia en el diario, en el trabajo, en los grupos de whatsapp, cuando hablamos con amigos o familia. Esta respuesta es fundamental, necesaria, frente al desamparo inicial que tenemos en el mundo, hay un Otro con mayúscula, esta vez de los primeros cuidados, ante el cual intentamos responder a la pregunta por su deseo, ¿qué me quiere?,  inventamos una posición de objeto para responder a eso, para frenar el deslizamiento eterno y angustioso que produce ese interrogante. Esta respuesta siempre inexacta es nuestro prisma, la forma en la que estamos en el mundo día a día, y que también repetimos en cuarentena. Sirve y lastima un poquito, a veces mucho, nunca nada.

¿Hay salida?… como dice el estribillo de esa canción: “remontar el barrilete en esta tempestad, sólo hará entender que ayer no es hoy…que hoy es hoy…y que no soy actor de lo que fui”. No hay una sola y para siempre, solo aproximaciones, pero qué cuesta probar.