Obra de teatro: «Inventario de un jardín que arde»
Sala Cajamarca
Abrimos la cerradura del encierro para encontrarnos con una obra repleta de feminidades que nos interrogan y nos acorralan. Este jardín está lleno de flores, de fuegos y de cuerpos que nos habitan. Hay algo de la experiencia de cuerpo de estar ahí, en esa incómoda posición de espectadores que no puede ser narrada. Sin embargo, intentamos con algunos brebajes crear una conversación sobre cada una de las sensaciones que nos atravesaron.
Te dejo un beso que seguro no pasa la cerradura de tu encierro.
O tu cierre podrido.
Pero te lo dejo igual.

Comprás una entrada que nadie te pide. Te sentás. Seis mujeres te miran fijo desde un no-escenario. Todos en silencio. Te dicen que lo viniste a ver no es teatro, son piezas sueltas de vidas, de cuerpos, de relatos. Entonces es imposible hacer una narrativa lineal sobre la trama.
Hay dos tipos de soledades de las que habla la obra: una es en el amor como el feliz hallazgo del encuentro encuentro y el amargo sabor del desencuentro. La otra, una soledad esencial, esa se vislumbra lentamente en el transcurrir de la obra. El camino de la obra va desde lo más naive, lo más imaginario de la infancia y los viajes de egresados, atravesando los relatos simbólicos de los cuentos de princesas hasta llegar a lo más real ¿es posible no tener miedo allí, en lo real? ¿Es posible no estar en soledad ahí?
El cuerpo se presenta como objeto, el cuerpo fetichizado, el cuerpo escrito y el cuerpo maltratado.
La condición humana se revela en su faz monstruosa: «yo soy un monstruo, ellos a veces también». El horror a lo propio y a lo ajeno. Entonces toda representación se hace imposible, no se puede seguir actuando, no se puede seguir espectando. La obra nos lleva hasta el límite de la poesía. Nada más se puede decir.
Resta un cuerpo descontrolado que corre sin poder pararse mientras se narra a sí mismo un “No puedo parar, no puedo parar”. Lo único que frena al cuerpo es una otra que hace de límite con un abrazo.

Es una obra sobre los despertares, despertares a lo femenino. Y también cuestiona qué se hace con un despertar, ¿qué es posible hacer en el límite de la representación?
Entre medio un a joya: El ataque a una bolsa de manzanas que representan algo así como el superyó materno. Una serie de simbologías se van desarmando para dar lugar a una sentencia final:
Te dejo un beso que seguro no pasa la cerradura de tu encierro.
O tu cierre podrido.
Pero te lo dejo igual.
No hay telón, no hay final, no hay nada más. Las mujeres se van y te esperan afuera para que las saludes antes de volver a tu rutina.
Resta la pregunta, ¿Es acaso posible vivir sin narrativa? ¿es ese un desierto habitable? ¿Es posible vivir en la narrativa en la que vivimos?
Vayan a verla y nos cuentan qué pueden responderse.